lunes, 24 de marzo de 2014

MEDICINA DEPORTIVA Frecuencia cardiaca y deporte

¿Cuántas veces hemos visto en las películas cómo algún personaje coloca su dedo en el cuello de alguna víctima tendida en el suelo para comprobar si sigue con vida? Seguro que muchas, pero quizá lo que no sabemos es qué prueba están realizando para cerciorarse si esa persona está muerta o no. Están comprobando en la vena carótida (al igual que se puede hacer en otras partes del cuerpo) si esa persona tiene pulso y, por lo tanto, si su corazón sigue latiendo.

Precisamente controlar el pulso y, por lo tanto, la frecuencia cardiaca es algo que deberíamos hacer de manera más o menos habitual en la vida normal, puesto que cualquier desviación en estas mediciones puede ser uno de los síntomas para sufrir distintas enfermedades cardiovasculares o simplemente una deshidratación o una infección.

La frecuencia cardiaca es el número de veces que nuestro corazón se contrae para bombear sangre a todo el organismo y que éste, gracias a ello, pueda funcionar correctamente. Esta cifra se calcula por número de latidos por minuto y es un claro indicador de cómo está funcionando el corazón.

Es muy importante tratar de mantener la frecuencia cardiaca dentro de unos baremos adecuados relacionados con nuestra edad y condición física. Así, a partir de los 20 años, lo normal es tener una frecuencia cardiaca en reposo entre 50 y 100 latidos por minutos, según recomienda la Fundación Española del Corazón. Si se encuentra por debajo de 50 se considera que sufrimos bradicardia (salvo que seamos atletas bien ejercitados que, gracias al entrenamiento, suelen tener una frecuencia entre 40 y 60 latidos por minuto), mientras que si está por encima de 100 sufriremos taquicardia. Tanto la bradicardia como la taquicardia, si no se tiene una explicación lógica para ello y es continuada, deben ser controladas por un especialista y, en muchos casos, tomar medicación para mantenerlas a raya.

La frecuencia cardiaca cambia por múltiples factores como pueden ser la edad, la hora del día, si hemos tomado alguna bebida excitante o no, si acabamos de hacer deporte, si estamos tomando ciertas medicaciones… Por este motivo, no hay que asustarse si, en una medición, la cifra sale alterada; lo que hay que hacer es repetir la medición en otro momento del día y, si se dan varias mediciones con resultados fuera de la normal, acudir al médico para que nos haga un chequeo profesional más detallado.

Frecuencia cardiaca para cada deporte

Una de las circunstancias que más alteran la frecuencia cardiaca es, sin duda alguna, la actividad física. Tanto es así que los deportistas profesionales, a base de muchas horas de ejercicio, han conseguido rebajar su frecuencia en reposo respecto a los parámetros normales para un adulto y, de esta manera, poder rendir más en sus respectivos deportes.

Una vez que conozcamos nuestra frecuencia cardiaca en reposo y nuestra frecuencia cardiaca máxima, ya se puede diseñar un programa de ejercicio físico acorde a esta importante cifra y nuestra condición física previa. Los porcentajes en los que debemos movernos son los siguientes:

50-60%: las personas que empiezan a hacer ejercicio físico o que tienen problemas de salud (en este caso siempre previa consulta al médico especialista) deben moverse en porcentajes bajos para no arriesgarse a tener problemas. Igualmente, es un nivel adecuado para aquellas personas que han realizado una sesión de ejercicio dura, ya que, en estos casos, no se recomienda parar de manera abrupta, así como para aquellos que entremezclan diferentes ritmos a lo largo de toda una sesión o como parte del calentamiento tras los estiramientos.

60-70%: moverse entre un 60 y un 70 por ciento de la frecuencia cardiaca máxima es adecuado para aquellas personas que ya tienen un mínimo de condición física y que deseen mantener su forma física y su salud. Se trata de unos porcentajes adecuados para asegurarnos una vida activa, pero sin pretensiones deportivas.

70-80%: las personas que realizan deporte de una manera regular y ya tienen una buena forma física pueden incrementar su frecuencia cardiaca hasta un 70-80 por ciento de la máxima. Se trata de la franja ideal en la que deben moverse las personas que quieran trabajar su capacidad aeróbica, pero no se debe llegar a ella hasta que nos sintamos cómodos en las anteriores fases.

80% en adelante: sólo los deportistas de alto nivel deberían poner su corazón a trabajar por encima del 80 por ciento de su frecuencia cardiaca máxima. En estos niveles los deportistas empiezan a trabajar alrededor del umbral anaeróbico o por encima de él, lo que significa que los músculos están utilizando más oxígeno del que el cuerpo puede proporcionarles. La intensidad del ejercicio hace que el organismo produzca y, por lo tanto tenga que metabolizar, ácido láctico, mientras que en los porcentajes más bajos se metabolizan los hidratos de carbono o los ácidos grasos.

Como recomiendan todos los especialistas, lo ideal en llevar una vida activa todos los días y realizar una actividad física acorde a la edad y al estado de salud de forma regular. De nada servirá darse una paliza puntual un día forzando al corazón y no volver a realizar deporte en muchos días. Y es que estos atracones de ejercicio físico pueden ser muy peligrosos para la salud.

Así que ya sabes, no pierdas de vista tus pulsaciones.



Cómo calcular la frecuencia cardiaca máxima

No hace falta ser un deportista profesional para tener en cuenta la frecuencia cardiaca a la hora de hacer cualquier actividad física. Y es que es importante conocer cuál es la frecuencia cardiaca máxima a la que se puede llegar para no poner en riesgo nuestra salud, así como saber en qué porcentajes podemos movernos para maximizar los beneficios de la práctica deportiva.

Para calcular la frecuencia cardiaca máxima existe una fórmula muy sencilla en la que hay que restar a 220 la edad que se tenga; por ejemplo, si una persona tiene 40 años, su frecuencia cardiaca máxima es 180. Nunca debe poner a su corazón a pulsaciones superiores a esta cifra.

Otra manera de calcularla es a través de la fórmula de Karvonen, que también tiene en cuenta la frecuencia cardiaca en reposo para estimar hasta dónde podemos llegar. Para obtenerla hay que restar a la frecuencia cardiaca máxima la frecuencia cardiaca en reposo, y con este resultado aplicaremos la corrección del porcentaje. Esta fórmula, aunque mucho menos conocida, es más adecuada, puesto que añade a la variable edad la de la condición física, ya que las personas más sedentarias suelen tener una frecuencia cardiaca en reposo mayor.



Cómo tomar el pulso o medir la frecuencia cardiaca

Hay muchas formas de tomar el pulso y, por lo tanto, de calcular la frecuencia cardiaca. Para medirla sin la ayuda de ningún aparato electrónico, necesitaremos colocar los dedos índice y corazón (nunca el pulgar) en una parte del cuerpo donde una arteria pase muy cerca de la piel. Así, puede medirse en el cuello (pulso carotídeo), en la muñeca (pulso radial), en la ingle (pulso femoral), en la parte interna del codo (pulso cubital), en la parte posterior de la rodilla (pulso poplíteo), en la sien (pulso temporal) o en la cara interna del pie (pulso medio).

Una vez que se tenga localizado el pulso en una de estas zonas, presionando suavemente con los dedos hay que contar cuántas pulsaciones tenemos en un minuto (o en medio minuto y multiplicarlo por dos).

La frecuencia cardiaca también se puede medir con ciertos aparatos electrónicos, que están especialmente indicados para tomarla cuando se está realizando una actividad física. Se trata de los conocidos como pulsímetros, aunque su nombre más correcto es el de frecuencímetro cardiaco. Estos aparatos se componen de una cinta que se coloca a la altura del pectoral y que está conectado con un reloj que mide la frecuencia cardiaca, aunque la mayoría de los modelos cuentan con funciones añadidas como pueden ser el cronómetro, el contador de calorías consumidas, etcétera.

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