martes, 25 de agosto de 2015

Los precios de medicamentos se examinan bajo el microscopio

¿Cuál es el valor de los "medicamentos de precisión" que salvan vidas?

Si creas un medicamento que cura una enfermedad anteriormente difícil y cara de curar, ¿cuánto deberías cobrar por tu invento?

¿Deberías fijar el precio a un nivel relacionado con el costo de desarrollo y fabricación? O ¿deberías elevar el precio de acuerdo con el “valor” que consideras que le estás ofreciendo al paciente, aun si sobrepasa por mucho lo que el mercado pueda soportar?

A la industria farmacéutica le cuesta poco trabajo responder a esta pregunta. Cada vez más adopta agresivamente la opción basada en el valor.

Tal vez el mejor ejemplo sea Sovaldi, un tratamiento exitoso recientemente lanzado para el potencialmente fatal virus que daña al hígado: hepatitis C. A diferencia de medicamentos anteriores que tienen efectos secundarios desagradables y sólo curan a una tercera parte de los pacientes, elimina el virus en cerca de 95 por ciento de aquellos que se someten a un tratamiento de 12 semanas con muy pocos efectos secundarios.

El problema es el costo. El fabricante de Sovaldi, Gilead Sciences, ha puesto un precio de lista para ese régimen de 84 mil dólares.

La compañía lo justifica, pues se compara favorablemente con el costo de un trasplante de hígado para aquellos pacientes cuya condición ha degenerado en cirrosis. Pero éste es un tratamiento que se hace como un último intento para sólo una minoría de casos.

Más de 3 millones de estadounidenses tienen hepatitis C, y en el mundo hay un estimado de 150 millones que la padecen. El tratamiento de esos pacientes en Estados Unidos costaría casi 300 mil millones de dólares, cantidad que rompe cualquier presupuesto de los ya abrumados sistemas de cuidado de salud.

El precio de Sovaldi, por supuesto, ha encantado a Wall Street y Gilead está valuada ahora en 170 mil millones de dólares, más que Merck, la quinta compañía farmacéutica en el mundo de acuerdo a ventas.

Pero ha creado considerable animadversión entre los sistemas de salud que ahora tienen que pagar.

Medicare y Medicaid, dos programas públicos estadounidenses de seguro médico, pagaron hasta 6 mil millones de dólares a Sovaldi el año pasado (de un total de 12 mil millones de dólares de ventas mundiales). Ahora Medicaid dice que no tiene otra opción más que racionar el acceso a los casos más serios.

Jeff Myers, jefe de Medicaid, compara la conducta de Gilead desfavorablemente con la de otros inventores de medicamentos en el pasado. “Si Jonas Salk hubiera cobrado por la vacuna del polio como Gilead, aun tendríamos polio”, refunfuña. El economista Jeffrey Sachs es aún más mordaz: “Este margen de beneficios sobre el costo de Gilead está cerca de 1.000 por 1, probablemente un récord mundial”.

Gilead no está solo en el hecho de poner precios muy altos a los "medicamentos de precisión". Vertex, otro grupo farmacéutico prometedor, recientemente lanzó Kalydeco, una píldora contra la fibrosis cística que cuesta 300 mil dólares al año. Praluent, de Sanofi, un nuevo tratamiento para el colesterol, se va a vender a 14.600 dólares, comparado con las estatinas que cuestan unos cuantos cientos de dólares al año. Estos precios ayudan a explicar por qué la cuenta total de medicamentos de Estados Unidos subió 14 por ciento en 2014.

Establecer el precio basado en el valor puede sonar factible. Después de todo, muchos sistemas de cuidado de la salud tienen un tipo de contabilidad que le confiere un costo a la vida (por más que suene poco moral). El Servicio Nacional de Salud del Reino Unido ha creado cifras complejas para calcular los “años de vida de calidad ajustada” (la cantidad que podría pagar por un año de vida adicional que de otra forma el paciente hubiera perdido).

Pero es muy cuestionable si éste debe ser el modelo correcto para ser usado por las compañías.

Pensemos en los negocios en que el uso del modelo basado en el valor es común. Las líneas aéreas lo utilizan para vender lugares escasos en vuelos populares. Los fabricantes de artículos de lujo lo usan para justificar precios para bienes que están fuera de toda proporción con el costo de producción. Como dice el economista del cuidado de la salud Jack Scannell, es una manera de cobrar más.

El público acepta todo esto, pues puede responder perfectamente yendo a otro lado (no tomando ese vuelo a Bali, por ejemplo, o rechazando esa bolsa de Chanel). Pero ése no es el caso con los remedios que salvan vidas, especialmente cuando la alternativa no existe o es mucho menos efectiva. Esta maximización agresiva del valor también cae mal en un sistema de patentes que suprime la competencia al conceder a una compañía farmacéutica un monopolio legal por cierto tiempo para vender un medicamento que ha descubierto.

El racionamiento es la última consecuencia de los precios altos de medicamentos. Poco sorprendentemente, esto no es popular y causa una reacción. En algunos estados en Estados Unidos, hay políticos que buscan promulgar leyes para forzar a las farmacéuticas a revelar más información acerca del costo de producción de sus remedios excepcionalmente caros. Inclusive se habla de poner límites a los precios.

La industria dice que esos límites sólo provocarían una fuga de capitales, recortando la innovación y eventualmente dañando a pacientes. Pero es un argumento difícil de mantener cuando compañías como Gilead y Vertex están logrando márgenes brutos del 90 por ciento y el precio de las acciones está por el cielo. La innovación farmacéutica ha sido uno de los grandes éxitos del siglo pasado, mejorando las vidas de las personas en una forma importante alrededor del mundo. Pero si seguimos en este camino, la industria deberá aprender a fijar sus precios con más cuidado.

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