En pocos decenios la lucha contra los tumores aprendió a hablar un lenguaje completamente nuevo gracias a las investigaciones de este científico nacido en Catanzaro, sur de Italia, doctorado en medicina en la Universidad de Turín en 1934 y afincado en EEUU en 1947.
En 1960 descubrió lo que le llevaría en 1975 al Nobel: observó que los tumores son inducidos por una familia de virus, a los que llamó “oncógenos”.
En 1972 se fue a Londres, como vicedirector del Imperial Cancer Research Fund.
Tras el Nobel regresó al Instituto Salk para estudiar los mecanismos genéticos responsables de algunos tumores, en primer lugar el del seno.
En 1987 regresó a Italia para poner en marcha el estudio del genoma humano, del que él se convirtió en coordinador del grupo italiano. El proyecto, sin embargo, quedó estancado por falta de fondos y el científico regresó a Estados Unidos, donde residía en la actualidad.
Su sonrisa espontánea, su cortesía innata y su gran entusiasmo por la investigación lo convirtieron en un “científico caballero”, en primera fila en las batallas a favor de la investigación sobre las células estaminales y de la reintroducción del evolucionismo en los libros escolásticos.
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