Las sustancias cáusticas más comúnmente ingeridas son álcalis, como el hidróxido de sodio, hidróxido de potasio, carbonato de sodio y potasio, hidróxido de amonio y permanganato de potasio, usadas en general para limpieza de cocinas.
Estas sustancias pueden presentarse en forma de líquido, cristales o tabletas. Menos frecuentemente la ingesta es de ácidos de uso industrial como el ácido clorhídrico y sulfúrico, que no suelen estar disponibles al público.
El cáustico puede causar daños al esófago, dependiendo fundamentalmente de tres factores: a) La cantidad y concentración del cáustico ingerido. b) Del tipo de cáustico ingerido. c) Del tiempo de contacto de este con el esófago.
Habitualmente las lesiones generadas por la ingesta voluntaria son más graves que la accidental, dado que esta última suele ser de menores cantidades. La agresión del cáustico ingerido tampoco se limita al esófago, pudiéndose encontrar lesiones gástricas, duodenales y, según el agente ingerido, también lesiones sistémicas.
Los álcalis en contacto con la pared del tubo digestivo producen necrosis por liquefacción, pudiendo ocasionar lesiones en todas las capas del esófago, lo que a veces provoca la perforación del órgano.
Como medidas generales, no se ha demostrado la utilidad de los agentes neutralizantes como el agua, leche, bicarbonato o zumo de limón diluido, ya que el daño producido por los cáusticos es generalmente inmediato. En todo caso, no deben utilizarse en pacientes graves o en caso de perforación porque pueden aumentar el riesgo de complicaciones. Se ha sugerido que la neutralización podría agravar el daño tisular por un incremento de la temperatura resultante de la reacción química.
La inducción del vómito para eliminar cualquier producto cáustico residual está contraindicada, ya que pueden producir una nueva exposición del esófago y de la orofaringe al cáustico y aumentar el riesgo de broncoaspiración.
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