Trabajando en el laboratorio ese día estaba Peter Piot, un científico de 27 años y graduado de la escuela de medicina, empleado como pasante de microbiología clínica.
"Era una botella normal y corriente como la que usarías para mantener el café caliente", recuerda Piot, ahora director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.
Pero ese termo no llevaba café, sino algo totalmente diferente. Entre unos cuantos cubitos de hielo había varias muestras de sangre y una nota.
La nota estaba firmada por un doctor belga; venía desde Zaire, la actual República Democrática del Congo, y explicaba que la sangre era de una monja, también belga, que había caído enferma de una misteriosa condición sin identificar.
Este raro paquete había viajado desde la capital, Kinshasa, en un vuelo comercial, de la mano de uno de los pasajeros.
"Cuando abrimos la botella observamos que uno de los tubos estaba roto y la sangre se mezclaba con el agua descongelada de los cubitos de hielo", afirma Piot.
Él y sus colegas no eran conscientes del peligro que estaban corriendo: la sangre contenía un virus desconocido y mortal. (...)
Piot sabía de la seriedad de Margburg, pero tras hablar con expertos del mundo entero tuvo confirmación de que lo que veía en el microscopio no era Marburg: era algo distinto, algo nunca visto.
"Es difícil de describir pero lo que sentí fue un entusiasmo increíble", afirma Piot. "Había una sensación de privilegio: era un momento de descubrimiento".
Hasta Amberes llegaron las noticias de que la monja de la que procedía la sangre, que estaba bajo cuidado de un doctor en Zaire, había muerto.
El equipo también supo de otros que habían enfermado del misterioso mal en un área remota del norte del país –los síntomas incluían fiebre, diarrea y vómitos, seguido de sangrado y posteriormente la muerte.
Dos semanas después, Piot, que nunca había estado en África, embarcaba en un vuelo hacia Kinshasa. "Fue un vuelo nocturno y no pude dormir. Estaba muy entusiasmado por ver el continente por primera vez, por investigar este virus y por parar la epidemia".
EL HORROR
El viaje no terminó en Kinshasa –el equipo tuvo que viajar al centro del brote, un pueblo en el bosque tropical, unos 1.000 kilómetros más al norte.
Cuando aterrizaron en Bumba, un puerto en el punto más al norte del río Congo, el miedo que rodeaba la misteriosa enfermedad era tangible. Incluso los pilotos no se querían quedar demasiado, ya que mantuvieron los motores en marcha durante la descarga. No tardaron mucho en irse.
"No tuve miedo. Las ganas de parar la epidemia podían con todo. Habíamos oído que había mucha más gente muriendo que lo que habíamos pensado inicialmente y queríamos ponernos a trabajar en seguida", dijo Piot.
Pero todavía quedaba camino por recorrer. El destino final del equipo era el pueblo de Yambuku, a unos 120 kilómetros de Bumba, el lugar de aterrizaje.
En Yambuku había una antigua misión católica –había un hospital y una escuela que llevaban un grupo de monjas y sacerdotes, todos belgas. (...)
La belleza de Yambuku ocultaba el horror que azotaba a los que allí vivían.
Cuando Piot llegó, las primeras personas que conoció fueron un grupo de monjas y un sacerdote que se habían retirado a una casa de huéspedes y establecido su propio cordón sanitario -una barrera utilizada para prevenir la propagación de la enfermedad.
Había un cartel en el cordón, escrito en el idioma local lingala, que decía: "Por favor no entres, cualquiera que cruce puede morir."
La llegada de Peter Piot a Yambuku
"Ya habían perdido a cuatro de sus colegas debido a la enfermedad", recuerda Piot del momento en que llegaron a la misión en Yambuku. "Estaban rezando y esperando la muerte". Piot saltó el cerco y les dijo que el equipo les ayudaría y que detendrían la epidemia. "Cuando uno tiene 27 está lleno de confianza", dice Piot.
El misterio del contagio del virus
La prioridad del equipo de Piot era detener la epidemia, pero primero el equipo debía averiguar cómo el virus pasaba de persona a persona -por aire, por la comida, por contacto directo o transmitida por insectos.
"Tuvimos que empezar a hacer preguntas. Fue realmente como una historia de detectives", dice Piot.
3 Preguntas para entender la epidemia
Piot y su equipo se hicieron tres preguntas para entender la epidemia. La primera fue: ¿Cómo evolucionó la epidemia? Saber cuándo cada persona contrajo el virus dio pistas sobre qué tipo de infección era.
Procedencia de las personas infectadas
La segunda pregunta que se planteó Piot fue: ¿De dónde vienen las personas infectadas? El equipo visitó todos los pueblos de los alrededores y registró el número de infecciones. Y la tercera: ¿Quién se infecta? El equipo descubrió que más mujeres que hombres contrajeron la enfermedad y, sobre todo, mujeres de entre 18 y 30 años de edad.
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