Fumar o el sedentarismo son factores de riesgo para la enfermedad cardiaca, pero un 50% de las personas que sufren infarto o ictus cerebral no los tienen, por lo que hay que buscar en la genética. Ahora, un estudio prueba el vínculo entre mutaciones no heredadas en células sanguíneas y la aterosclerosis.
Los resultados se publican en la revista Science, en un artículo liderado por el español José Javier Fuster y el profesor Kenneth Walsh, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston (EE.UU.).
El estudio, realizado en ratones, abre la vía a futuros tratamientos preventivos para la aterosclerosis en determinados individuos, una enfermedad caracterizada por la formación de placas de ateroma -compuesta por grasas, colesterol o calcio- dentro de las arterias.
Con el tiempo la placa se endurece y estrecha las arterias, lo que limita el flujo de sangre rica en oxígeno, y esto puede causar ataque cardíaco o accidentes cerebrovasculares.
A lo largo de la vida, nuestras células sufren daños que en parte afectan al ADN y se van produciendo mutaciones en los genes, explica el investigador Vicente Andrés, quien señala que algunas de estas se reparan y otras no, las cuales vamos acumulando.
La comunidad científica ya ha demostrado la vinculación entre esta acumulación de mutaciones somáticas y un mayor riesgo a padecer algunos cánceres hematopoyéticos.
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