Un grupo de mujeres que dominan las técnicas aymaras de tejido —las cuales involucran una habilidad milimétrica y muchísima paciencia— ayudan a crear por semana 20 implantes que sirven para curar dolencias cardiacas y salvar vidas en Bolivia y el mundo.
Los dispositivos son producidos desde 2002 por la empresa PFM, del laureado cardiólogo boliviano Franz Freudenthal, quien inventó estos implantes con el objetivo de curar cardiopatías congénitas, inicialmente de menores de edad.
De lunes a viernes, un equipo de 30 artesanas ingresa a los laboratorios de la compañía y, tras pasar por estrictos controles de higiene, empiezan la difícil labor, vestidas de pies a cabeza con trajes esterilizados. Las operarias cuentan que usan los secretos del tejido que heredaron de sus madres y abuelas para fabricar, con altos estándares de calidad, cuatro tipos de implantes de 21 tamaños.
“Está comprobado que las mujeres tienen una capacidad manual mucho más avanzada que los hombres. Nosotros somos más impacientes”, reconoce Jaime Fernández, gerente de Producción de la empresa, la cual comenzó este trabajo con tres tejedoras, un número que se fue incrementando cuando la demanda por los artefactos empezó a aumentar.
TALENTO. Las artesanas arman en promedio 12 dispositivos con forma de red por semana. Las piezas, que están hechas con un solo alambre de nitinol (aleación de níquel y titanio) y se insertan al cuerpo a través de una vena para corregir malformaciones del corazón, son fácilmente reubicables, muy flexibles y altamente compatibles con el organismo humano y la radiación magnética.
“Tejemos con aguja e hilo bajo estrictas normas de la empresa. Nos ayudamos con alfileres y moldes de acero para cada tamaño”, cuenta Elva Iturri, quien trabaja en PFM desde 2006. En sala “hay que estar de buen humor y tener voluntad y paciencia. Tengo que olvidarme en la puerta cualquier problema, eso es importante porque yo salvo vidas”, subraya.
En el lugar se fabrican cuatro tipos de implantes: el ASD-R, el PDA-R, el PDA-R “Bolita” y el ASD-R “Hueco”, una “tecnología única en el mundo” que fue presentada en abril en Santa Cruz, durante un congreso latinoamericano de cardiólogos, quienes usando este dispositivo realizaron operaciones gratuitas para 13 niños.
Según Elva Iturri, otra trabajadora de PFM, la elaboración de los artefactos, dependiendo de su tamaño y complejidad, puede tomar de una hora a dos días.
“Mientras más grandes, más difíciles de hacer”, complementa Fernández. Aunque “a veces” tejer un implante puede ser algo “interminable”, es “bien bonito hacer estas cosas (para) salvar niños, para dar vida a una persona. Hay que hacerlos con sumo cuidado, con mucha voluntad y cariño. Yo tengo una hija y pienso por ahí podría tocarle un dispositivo”, dice Karina Iturri.
“Cumpliendo con las reglas internacionales e ISOs les damos” a las tejedoras “muchos privilegios por el duro trabajo que realizan”, ya que están “sentadas bastante tiempo. Por ejemplo, tienen música ambiente, días de festejo y reuniones para ver videos motivacionales”, indica Fernández.
La capacitación de una nueva tejedora dura tres meses, tiempo en el cual la postulante recibe un sueldo y otros beneficios, expresa Mariana Calderón, responsable de Recursos Humanos de la compañía, en la que también trabajan médicos, ingenieros y técnicos.
La empresa, ubicada en Obrajes (La Paz), libera para la venta una media de 200 implantes por mes, de los que el 2% se queda en Bolivia y el 98% es enviado a Alemania, desde donde se distribuye al resto del mundo. Desde el inicio de sus operaciones produjo al menos 10.000, además de una cantidad importante de luminarias LED, según un reporte oficial.
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