Me ha sorprendido la inimaginable forma en que me han tratado hasta la fecha, en mi tierra, en la ciudad donde he nacido hace 65 años. He llegado el 6 de marzo de 2020, al aeropuerto de Santa Cruz, sin problema alguno. No tenía ningún síntoma ni en Italia ni en Bolivia. Para salir de Italia, me han realizado los exámenes obligatorios. Nadie puede "escapar" de ocultas y llegar al aeropuerto. Cuando llegué a Santa Cruz, no había médicos ni control sanitario de ninguna naturaleza. Solo estaban los de Migraciones, para revisar mi carnet y mi maleta. Llegué a las 8:00 de la mañana. Me fui a la Terminal, compré pasaje para ir en flota Continental a Cochabamba. De ahí tuve que abordar otro bus, Trans Azul.
Después de varios años de estadía, de trabajar incesantemente, he decidido retornar a mi Oruro, pero grande ha sido mi sorpresa al enterarme que era portadora del coronavirus. He venido de un lugar templado y cálido a un lugar frío. Yo decía que debe ser el cambio de clima.
Durante el viaje no he tenido dolor de cabeza ni resfrío. El resfrío sentí recién a los dos días de llegar a Oruro. No podía caminar. Mis pies empezaron a flaquear. En mi casa me dieron un mate de coca y tuve que descansar. A las pocas horas, tuve que ir en taxi hasta el Hospital General. Charlé con el taxista y él me dijo que había otro hospital Oruro-Corea que no conocía. No, le dije. Lléveme a la calle 6 de Octubre, esquina San Felipe, el antiguo hospital que yo conocí desde mis cinco años.
Después de 10 minutos, le pagué Bs. 5. No me devolvió cambio. Sabía que el pasaje autorizado era 2,50. Bueno, eso no importa. Llegué a la puerta de calle del Hospital, por donde meten y sacan a los enfermos y a los muertos. No había ni una persona que me reciba ni me orientaba. Entré al patio. No parecía Hospital. He visto paredes de ladrillos que se están deshaciendo. Seguramente querían construir oficinas para los médicos, cerca del quirófano. Entré y no había nadie. Hace quince años, ahí le operaron a mi madre y se murió. Salí y en el patio me encontré con algunas personas vestidas de negro, sacando un ataúd.
Tuve que acercarme a una enfermera y le pregunté: “Dónde puedo hacerme atender. Me duele la cabeza y tengo resfrío”.
La enfermera me dijo: “Allí, a la entrada, a la mano izquierda, subiendo tres gradas, ahí le van a atender”.
Otra enfermera me recibió en el lugar indicado y me dijo: “Pase. El doctor ya está viniendo”. Ella salió y se fue sin dar explicación.
Era las 17:15 horas. Otro paciente estaba en la camilla en un rincón. Me acerqué a él y le pregunté, “si ya le habían atendido”. No, me dijo. “Hace 15 minutos que estoy en la camilla. Solo me han controlado la presión y me dijeron que el médico ya está en camino”.
Otra señora, que debía tener 40 años, entró y me preguntó si había médico para el dolor de muela. “No sé”, le dije. “Yo también acabo de llegar”. Ella dio vuelta y se fue hacia el patio.
A los pocos minutos, llegó un joven llevando una silla de ruedas. “¿No sabe dónde está el médico?”, le dije.
“Debe estar en visita médica a los pacientes. Espérele, ya vendrá”, explicó y se fue.
A los 10 minutos, volvió la enfermera, estaba de blanco y sin barbijo. “Por favor, el médico dice que está atendiendo a una paciente y vendrá en 15 minutos. Por favor, espérela. Mientras tanto, le tomaré la presión y sus datos personales”.
Su nombre: María Fernández.
Edad: 65 años, voy a cumplir en mayo.
¿Desde cuándo está con dolor de cabeza?: “Hace dos días. Tomé mate de coca, para el mal de altura, pero no se me pasa”. A los instantes, me vino un acceso de tos en la enfermería improvisada. La enfermera se preocupó y me agarró del brazo y me pasó un papel, para que tape mi boca. “No se preocupe”, le dije. En el taxi, también me dio un acceso de tos, porque en Oruro siento mucho frío.
No había médico. El dolor de cabeza era insoportable y a cada rato me limpiaba la nariz. Nunca sabía darme resfrío. Yo era una mujer fuerte y por eso fui a trabajar a Italia, a Florencia. Llego a Oruro y no hay médico y la enfermera se pierde. Tuve que ir a buscarla a los salones de enfermos, a esos sitios que no han cambiado nada desde hace cincuenta años. Ni siquiera la pintura. Los árboles de pino se están secando y las ramas se deshacen con el viento.
Es terrible. Las puertas están rechinando y chocando en el piso. Los salones están repletos de enfermos. Las camas están divididas por cortinas y las enfermeras trabajando. La cocina está en el mismo salón.
Una enfermera se me acercó y me preguntó si estaba buscando a alguien. “Sí, le dije. Estoy buscando a un médico que me atienda. A cada rato tengo tos y dolor de cabeza”.
-“Tiene que buscar al médico de turno, a la entrada del hospital, en el patio, hay una oficina de emergencia. Tiene que comprarse una ficha”, dijo.
Tuve que retornar al mismo lugar de acceso al hospital. No había médico. La misma enfermera volvió a reclamar la presencia del galeno y después de cinco minutos, recién apareció un hombre vestido de blanco, impecable.
“No sé si tengo coronavirus”, le dije de entrada. “Me duele la cabeza y tengo resfrío, además acabo de llegar de Italia. Por eso he venido, para que me examinen. No quiero provocar problemas”.
El médico, alarmado, recién se puso barbijo y sacó las muestras de mi lengua y los puso en un pocillo. “Las muestras las debo enviar a laboratorio y en dos días le avisamos señora. Gracias por venir”, dijo el médico. “No salga de su casa. Haga reposo”.
A los dos días, el miércoles 11 me confirmaron que tengo coronavirus.
A las pocas horas, el ministro de salud, Anibal Cruz, confirmó un caso en Oruro y otro en Santa Cruz. En las redes sociales, algunas personas sugirieron “quemarme viva”, “vayamos a su casa a quemarla”, “hay que matarla a esa vieja”, “por qué no se ha quedado en Italia”, “hay que meterla en la cárcel”. Todas estas cosas me han traumado peor. Nosotros en mi familia somos cinco. Tres mayores y una nietita de 13 años.
El Sedes, después de avisarme en mi domicilio, realizó la toma de muestras a todos mis familiares. No es mi culpa. Cuando llegué a Oruro estaba sana. Las reacciones vinieron después de 24 horas de estar aquí. Parecía el mal de altura y un poco de gotas de resfrío. Por favor, no me maten ni maten a mi familia. Es lo único que tengo. Ahora estamos en cuarentena en mi casa. No tenemos quién prepare los alimentos ni quién vaya a comprar al mercado. Tampoco me dejan ir al hospital. Hay bloqueo en las calles donde hay hospitales.
Oruro, 13 de marzo de 2020
María Fernández Z.
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