Es jueves, un día después de Todos Santos, y en la antesala de la consulta del oncólogo clínico Henry Paniagua solo se habla de muerte. “Cuando se fue a España estaba sanita. Allá se enfermó y cuando se volvió le detectaron el cáncer. Su hermana también lo tenía, de estómago. Su madre igual y se vació en sangre mientras lavaba ropa”, cuenta una mujer, lo suficientemente fuerte como para crispar a todos los que esperan. “Ojalá que no la operen. Hurgar eso es peor”, remata.
Los que la escuchan tienen la cara larga de la espera, del cansancio de dormir a las puertas del Hospital Oncológico para conseguir una ficha, del miedo a que cuando consigan ver al doctor Paniagua les confirme sus temores. Los que la escuchan tienen el pañuelo atado en la cabeza calva por la quimioterapia, el barbijo tapándole la boca y la nariz como una membrana antigérmenes y la mirada triste, perdida. Los que la escuchan lo saben, pero Paniagua lo dice más claro: “En Bolivia solo se trata contra el cáncer el que tiene plata, el que no tiene está condenado”.
Uno de cada 500 bolivianos ya ha recibido esa ‘condena’, según la Organización Mundial de la Salud y el Ministerio de Salud puso cifras oficiales en febrero: “Hay 15.111 enfermos de cáncer en Bolivia”, anunció. ¿Quiénes son? “Hay dos mujeres enfermas por cada hombre”, dice Paniagua. ¿Cuántos sobreviven? “Ahí la relación se invierte: seis mujeres y, tal vez, tres hombres”, añade.
Yolanda Ernst cambió los votos religiosos por el juramento hipocrático y muchos la consideran una santa. Una de ellas es Maribel Sanguino, viuda, madre de seis hijos y Jazmín es su último retoño. En Flor de Oro, un pueblito cerca de Bermejo, le dijeron que Jazmín tenía bichos, quizá tifoidea, que por eso la niña sufría de migrañas que la hacían revolcarse de dolor y ‘ni el paracetamol’ lo calmaba. “‘A Jazmincita hay que operarla’, decía y tenía razón. En Tarija le hicieron una tomografía y descubrieron que tenía un tumor acá, en la cabeza”, cuenta, mientras se lleva la mano derecha a la nuca.
A Jazmín la operaron y quedó paralítica, muda, bizca y postrada en una cama. Maribel se quedó a su lado y durante un año ha velado su recuperación. Ahora camina, habla y su problema de vista ha sido solucionado.
Ernst dice que Jazmín es una de las niñas que se salvan, que tienen un índice de supervivencia de 60%, que en otros países, donde hay mejores condiciones, esto puede elevarse un 10% y, en el primer mundo, ocho de cada diez niños con cáncer sobreviven. A su cuidado llegan niños de todo el país, casi la mitad desde el campo y Ernst sospecha de los agroquímicos, pero aclara que nadie tiene la certeza. “Si te lo digo como un cuentito, el cáncer es la rebelión de una célula. La célula tiene el núcleo que es el que gobierna, un receptor de mensajes y una ventanita por donde llegan los mensajes. En un momento viene el mensajero, toca la ventanita y le anuncia que es hora de morir.
El encargado lleva el mensaje al núcleo y el jefe dice: ‘bien nos morimos’, y ocurre la apoptosis. De repente, esa célula ha decidido rebelarse y empieza a crecer de nuevo, a adquirir una fuerza maligna, tan grande como la de una célula embrionaria. Luego, convence a sus vecinas de hacer lo mismo y forman un tumor. ¿Qué hace que una célula se niegue a morir? No lo sabemos”, relata Ernst.
Tampoco saben por qué, pero el cáncer es clasista, ataca más a los pobres. El 80% de los casos de niños que atiende Ernst son de niños pobres y la proporción de adultos que ve Paniagua es similar. Dice que el cáncer de cuello uterino ataca a las mujeres pobres, mientras que el de mama a las de clase media.
Lo que sí saben en el hospital del tercer anillo es hacer milagros. Ernst y su equipo, por ejemplo, multiplican panes y peces. Solo tiene dos ítems para pediatra y necesita siete más. Lo mismo que anestesiólogo, cirujano, sicólogo, fisioterapeuta y cinco enfermeras licenciadas. La lista es enorme y se cubre con ayuda. Una amiga de Ernst paga un ítem, cuatro personas, otro, la Asociación de Familiares y Amigos de Niños con Cáncer de España, varios.
Ernst dice que el presidente, Evo Morales, le prometió cinco ítems para el Día del Niño y que aún los espera; que se ha reunido con el secretario de Salud de la Gobernación, Óscar Urenda, para ver si puede acceder a uno de los 600 sueldos que pagan, pero le informan de que es imposible.
Hay cifras, que de tanto repetirse, ya no impactan. Se sabe que nueve mujeres mueren cada dos días de cáncer de cuello uterino, que otra más deja este mundo por cáncer de mama y que hay hospitales (La Paz y El Alto) en los que cuatro de cada diez mujeres que se realizan el papanicolao reciben la noticia. Sin embargo, por haber métodos de detección temprana en cánceres de mujeres, tienen más posibilidades de salvarse que los hombres. El cáncer de próstata, el de páncreas y el de colon son más difíciles de detectar y generalmente se los halla cuando ya es demasiado tarde. “Si me dieran a elegir, yo escogería un cáncer de testículo, porque se cura en un 97% de los casos. Nunca desearía una leucemia. Mi sobrina salió el lunes en la portada de quinceañeras en Sociales, de EL DEBER, y el domingo en necrológico. Te mata en una semana”, dice Paniagua. Es mortal, pero acá se cura: casi el 60% de los cánceres en niños son leucemia y seis de cada diez logran vencerlos.
Se viene una epidemia, con cuatro demonios invencibles
Ahora hay más cáncer que antes porque hay más personas que antes. La ecuación de Henry Paniagua parece lógica, pero es mortal. En 2015 habrá tres millones de personas en Santa Cruz, pero tiene la misma infraestructura contra el cáncer que cuando había 200.000. “Ya no somos un pueblito y habrá más cáncer y no estamos preparados. Será una epidemia y tendrá que intervenir el Estado, porque la gente no podrá hacerle frente”, pronostica.
“Ponele que me llamo Marioly”, ordena esta mujer risueña. Ella no se echó al muere cuando Paniagua le dijo que tenía cáncer de senos, no se dejó vencer y cuando sentía que las fuerzas le faltaban en los ciclos de quimioterapia, pedía a su madre que prenda la radio y busque cumbia para ponerse a bailar. “Cuando el doctor me dijo que necesitaba una vacuna que costaba Bs 15.000 y que debía ponerme 20, ahí me desesperé, el seguro no la cubría”, cuenta. A Marioly la apoyó la empresa en la que trabaja y el seguro cubrió el 30% de las vacunas; pero Paniagua, que atiende en tres seguros, dice que se vienen tiempos en los que los pacientes enjuiciarán a las aseguradoras para que cubran sus medicamentos y les ganarán, porque ya uno ganó un juicio en Cochabamba y eso sienta jurisprudencia.
Yolanda Ernst añade que hay cuatro demonios con los que debe lidiar y no sabe cómo. Hay problemas institucionales en el Oncológico. Es un centro público y le llegan pacientes de todos lados pero los padres deben pagar por la internación, los exámenes, la colocación de plaquetas y no tienen de dónde sacar. A eso se suma la falta de ítems, que hace que la caridad nacional y española cubran las acefalías. También está la falta de experiencia de los pediatras con el cáncer, pues no lo detectan a tiempo. Sin embargo, el mayor de los demonios es cultural y habita en los padres de sus pacientes. “Qué van a llevar a sus hijos al médico porque están pálidos, no los traen hasta que tienen los ganglios tan inflamados que no los deja respirar”, se queja.
Ernst no se olvida del caso de un niño potosino que llegó con un tumor óseo enorme. Consiguieron todos los recursos para operarlo y cuando estaba todo listo, el padre lo cargó a su espalda y dijo: “Me lo voy a llevar nomás para que se muera. Me dará pena, lloraré un año, pero se me pasará. No puedo cargar con un hijo sin pierna toda la vida”. Ese es el principal problema, el abandono del tratamiento es muy alto. “Todo lo demás lo podemos solucionar, el problema económico, la falta de ítems, pero esto no. Necesito alguien que me diga cómo lidiar con esto”, implora Ernst.
La certeza de ambos es que seguir luchando vale la pena, la duda es cuánto se podrá sostener esta situación.
Ayude
- Donaciones. Si puede aportar un monto fijo por mes, busque en el Oncológico a Yolanda Ernst. Todos los años rinden cuenta de las donaciones. También puede buscar a las personas de la Asociación de Familiares y Amigos de Niños con Cáncer en Bolivia (Afanic-Bolivia). Sus fondos servirán para cubrir análisis e internaciones. También puede contactar a la Fundación El Refugio, que ayuda a los adultos. Si está en España puede buscar a la Afanic-España. Estas donaciones cubren las quimioterapias y varios ítems del área de pediatría.
- Voluntario. Si tiene tiempo disponible, vaya al hospital oncológico y ofrézcalo. Puede coloborar contando cuentos a los niños o llevándolos a realizarse exámenes que necesitan.
- Recomendaciones. No fume o deje de fumar lo antes posible, y no fume delante de otros. Evite el exceso de peso. No consuma bebidas alcohólicas. Consulte al médico por el cambio de aspecto de un lunar, bulto o una cicatriz. Evite la exposición excesiva al sol. Consulte con el médico por tos, ronquera, cambio en sus hábitos intestinales o pérdida injustificada de peso. Respete las instrucciones de seguridad durante la utilización de toda sustancia cancerígena. Hágase regularmente un papanicolao. Coma frutas, verduras y cereales de alto contenido de fibra. Vigile sus senos regularmente, y, si es posible, hágase una mamografía e intervalos regulares a partir de los 40 años.
Las frases
«Pido a Dios que no me acostumbre a estas condiciones, porque si lo hago, las acepto y dejo de luchar contra ellas»
Yolanda Ernst | Pediatra oncóloga
«En Bolivia solo se trata contra el cáncer el que tiene plata, el que no, está condenado»
Henry Paniagua | Oncólogo clínico
«Cuando el doctor me dijo que necesitaba una vacuna que costaba Bs 15.000, ahí me desesperé, el seguro no la cubría»
‘Marioly’ | Paciente
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