Los tics benignos y temporales son contracciones involuntarias de determinados músculos del cuerpo que podemos llegar a controlar. Están asociados al estrés y, sobre todo en el caso del párpado, se puede producir por el consumo de estimulantes como el café, las bebidas de cola, el tabaco, etc.
Pero también hay otros tipos de tics que todos padecemos a causa del nerviosismo, como cuando hablamos en público o ante una noticia inesperada. Hay personas que de forma inconsciente pueden mover un pie o tener algún rictus facial, pero son tics puntuales que desaparecen en cuanto termina la tensión.
“Si se trata de tics motores aislados, como mover una pierna o hacer un guiño de ojo... no es necesario acudir a la consulta médica si no interfiere en nuestra vida. No hay que darle demasiada importancia y es conveniente evitar estimulantes como el café o fumar”, apunta la neuróloga Rosario Luquin, coordinadora del Grupo de Estudio de Trastornos del Movimiento de la Sociedad Española de Neurología.
Desde la infancia
Los tics son movimientos bastante típicos en la edad infantil. Lo común es que se trate de tics benignos que van desapareciendo.
Los tics más típicos son los faciales, como guiñar un ojo, pero también son frecuentes las sacudidas de cabeza, tocarse el pelo o levantar un brazo. Son parte del movimiento habitual del afectado.
Este tipo de tics se pueden llegar a dominar. “Cuando uno tiene muchos tics y los intenta inhibir durante un tiempo, una vez que deja de controlarlos aparece una especie de brote, como si uno estuviera aguantando la necesidad de moverse y cuando ya no aguanta más los tics aparecen como pueden”, explica la doctora Luquin, neuróloga en la Clínica Universidad de Navarra.
Pero cuando los tics se multiplican, se cronifican e interfieren en la vida cotidiana (muchos de los afectados se sienten acomplejados hasta el punto de tener problemas de convivencia social) hay que evaluar si se trata de la enfermedad de Tourette.
La enfermedad de los tics
La enfermedad de los tics o de Tourette (que toma el nombre del neurólogo francés que diagnosticó la enfermedad) se inicia entre los 4 y los 13 años y existe siempre un antecedente familiar (padres, abuelos...). La genética una vez más está en el punto de partida.
Puede ser el caso de un niño que “tiene un tic en el ojo, luego levanta un brazo y después gira y sacude la cabeza”, unos movimientos repetitivos que “pasado un tiempo deja de hacer para incorporar un repertorio diferente”, expone Rosario Luquin, reconocida experta e investigadora de los trastornos del movimiento.
Los tics tienen un curso progresivo a partir del inicio de la enfermedad, a los 4 o 5 años, y algunos tienden a remitir en la pubertad pero otros se quedan ya de por vida. Lo que suele ser poco frecuente es que a partir de la pubertad los niños tengan más tics, “o tiende a remitir o se mantienen en la misma intensidad”, indica la especialista.
Además de los trastornos del movimiento también son característicos los tics guturales o vocales: carraspeos o tos. Pero también se presenta como una tendencia patológica a pronunciar palabras obscenas o palabrotas de forma incontrolada, es lo que se llama cropolalia.
“En el origen de la enfermedad de Tourette hay un componente genético, pero además existe una alteración en el funcionamiento de las estructuras del cerebro, en los ganglios basales. Además, los mecanismos de liberación y de recaptación de la dopamina (sustancia que actúa como neurotransmisor de señales cerebrales, no funcionan bien provocando un exceso”, explica la neuróloga.
Los tratamientos farmacológicos van dirigidos a frenar la cantidad de dopamina del cerebro. Son medicamentos con actividad antidopaminérgica y suelen ser efectivos a la hora de dominar los movimientos descontrolados.
“Es más difícil, a veces, controlar los trastornos psiquiátricos que acompañan a estos tics”, apunta la doctora Luquin. Y es que la enfermedad de Tourette se puede asociar al trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o al trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
Tiene un componente psicológico y una disfunción importante de las tareas de aprendizaje.
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