El estrés es una respuesta natural del organismo a estímulos externos. Deriva de la palabra inglesa stress que significa tensión, y básicamente sería el efecto de respuesta que se produce en el organismo ante situaciones tensionales externas o internas, y que producen una respuesta de nuestro cuerpo para adaptarse a ellas y superarlas. Esta respuesta intenta reajustar la situación mediante la activación del eje productor de hormonas de “lucha o de defensa” (corticoides, adrenalina…). Aunque nos solemos referir a él como un sinónimo de enfermedad, realmente no es así, y solo es nocivo cuando se produce un desequilibrio; esto es, nos supera y aparecen los síntomas típicos.
Dado el ritmo de vida de nuestra sociedad, cada vez más acelerado y con más responsabilidades, es normal que el estrés se haya apoderado de nosotros y que se vivencie como un problema de salud importante, aunque hay personas que disfrutan viviendo en estrés constante, incluso se dice que puede llegar a crear adicción
La clave de este problema está no en intentar combatirlo a toda costa, sino comprenderlo y aprender a dominarlo.
Hay una serie de síntomas que pueden hacernos pensar que esta situación nos está superando y debemos consultar con nuestro médico. Estos son:
* Cambios en el ánimo: aparecen ansiedad y miedo inicialmente, sumándose después sensación de desamparo y depresión.
* Todo ello produce cambios en nuestro humor; estamos más irritables, más lábiles emocionalmente, con sensación de inutilidad, fracaso…
* # Consecuencia directa de los anterior es que nos cuesta concentrarnos y tomar decisiones y por tanto, bajamos nuestro rendimiento en el trabajo, lo que nos lleva a sentir apatía hacia el mismo.
* El cansancio casi constante es muy frecuente, y las alteraciones en el sueño como insomnio, siendo típico que nos despertemos con sensación de susto, con angustia.
* Desde el punto de vista físico, aparecen síntomas en órganos claves; dificultad para la digestión, acidez, estreñimiento o diarrea, dolor de cabeza, palpitaciones…
Si el estrés persiste como enfermedad y no se trata, puede tener consecuencias muy serias, desde enfermedades cardiovasculares, digestivas, alteraciones mentales, y también se dice que podrría influir en la depresión de nuestra inmunidad, predisponiéndonos a sufrir diferentes tipos de cáncer.
Para su control, lo básico es reconocer que lo padecemos, y luego intentar identificar su causa y corregirla.
Hay una serie de consejos generales que sirven para intentar controlarlo en sus fases iniciales (si está muy instaurado, ayuda profesional es necesaria para su manejo correcto):
* Hacer ejercicio moderado todos los días (por ej. caminar, nadar o bicicleta por terreno llano).
* Leer (sin TV o radio encendida al lado) o escuchar música suave.
* Realizar trabajos manuales satisfactorios, que exijan concentración sobre la tarea y dejen la mente en blanco.
* En el trabajo, aprender a relativizar los problemas, establecer prioridades de los mismos, aprender a delegar en nuestro equipo, y aprender a decir “NO” si nos piden más tareas de las que podamos asumir.
* Tener una actitud más positiva e intentar buscar las claves del humor diarias.
* Hablar con tranquilidad con nuestra pareja o amigos del problema, ya que es tan frecuente que todo el mundo puede transmitirnos información que nos sirva para comprender mejor esta situación, además de que al compartirlo, liberamos ansiedad y miedos.
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