En la catástrofe, el sentido de la vida se desploma, entonces surge el trastorno de estrés postraumático.
Conocido en inglés con el nombre de PTSD (posttraumatic stress dissorder), el trastorno de estrés postraumático es una enfermedad que emerge después de situaciones de peligro. Es el demonio del miedo. Cuando una persona ve su vida al borde del abismo, sufre síntomas posteriores que evocan la catástrofe, aunque no estuviese ya presente. Una guerra, desastres naturales, torturas, revueltas, un acto de discriminación racial, un exilio o una pérdida familiar dejan secuelas emocionales.
El instante se evoca una y otra vez como el rebobinado de una cinta que retoma la película. En Bolivia, fuera de las pérdidas que experimentan comúnmente las personas, la padece gente que vivió torturas en periodos de dictadura, exilio y represión estatal.
Causas y síntomas. Marcelo Flores, médico forense y especialista del Instituto de Terapia sobre las Secuelas de Tortura y Violencia Estatal en Bolivia (ITEI), explica que el mal se origina porque “estas situaciones son inexpresables con palabras. Lo que no se puede decir, el cuerpo lo expresa con dolencias físicas y psicológicas”. Según el especialista, dos clases de personas reciben este padecimiento, quienes vivieron este tipo de situaciones y los familiares de las personas afectadas o asesinadas. Los signos que distingue en su desarrollo son los flashbacks (recuerdos constantes) y una tremenda dificultad para dormir. Andrés Gautier, psicoanalista y fundador del ITEI, describe que “tienen pesadillas, accesos de enojo, son propensos a las drogas y al alcohol.
En Bolivia, después de la revuelta que hubo el 11 de septiembre en Pando, se registraron varios casos de alcoholismo”, menciona Gautier. El cuerpo se pone en constante estado de alerta, como si estuviera en un campamento, velando por su vida frente al enemigo. Por otro lado, la psicoanalista Norah Paz declara que “lo más común son las fobias a los espacios abiertos, por eso se deprimen y se encierran. Hay una tendencia al suicidio”.
La pérdida. “La pérdida en situaciones como la guerra, la hambruna o la violencia son las que más desordenan”, según Paz. Al igual que Gautier, relaciona el problema con una mala asimilación del duelo.
“Lo que intenta el estado autoritario es silenciar, acallar y oprimir el cuerpo del individuo con huellas traumáticas. Perder la integridad, el hogar o a un ser querido causa daños”, revela Gautier.
La vergüenza. También afirma que “el principal mecanismo que se quiebra en un ser humano cuando hay un acto de violencia es la confianza”. La violencia acarrea la vergüenza porque ataca la autoestima y la integridad de la persona. El afectado quisiera olvidar el hecho, entonces empieza a separar la situación de su vida.
Pero “cuando ya se encuentra lejos del lugar de los hechos, y retorna a su escenario cotidiano, vuelve el problema con mayor fuerza, con un sentimiento de culpabilidad”, explica Gautier.
57% de los traumas en Bolivia se registran en pacientes varones; un 42% es en mujeres.
47% de agresiones psicológicas hay en Bolivia. Un 32% son físicas, un 13% son biológicas y un 6% sexuales.
“Estamos muy alarmados por la formación tan poco ética y humana que recibe el poder. Hemos sacado un anteproyecto de ley contra la impunidad, que lamentablemente hasta ahora no ha obtenido respuesta del Estado”.
Andrés Gautier /PSICOANALISTA
“Lo importante en estas terapias con personas que padecen el trastorno es devolverles la confianza. Debemos ser capaces de ganarnos su estabilidad a fin de tratar a fondo sus problemas y secuelas traumáticas”.
Marcelo Flores / MÉDICO FORENSE
Signos físicos. Marcelo Flores menciona dos clases de secuelas: agudas (inmediatas) y tardías (psicológicas). Las primeras en el país son físicas y muestran “un 90% de problemas de cefalías (dolores de cabeza), un 60% de neuritis (tensiones nerviosas), un 30 % de dolores en articulaciones (artrosis) y un 30% de fallos gástricos (diarreas crónicas)”.
ITEI. Es una organización que da asistencia médica y psicológica de forma gratuita a personas que vivieron violencia estatal. Fundada en 2001 por Andrés Gautier y su esposa, Emma Bolshia Bravo Cladera (exrefugiada política en Suiza), se creó como una necesidad de levantar la dignidad.
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