Para sublimar la reconstrucción personal a través del proceso de cicatrización física, la artista francesa Hélène Gugenheim recubre con oro las trazas del destino en la epidermis de sus modelos a través de una centenaria técnica japonesa para reparar valiosas piezas de cerámica conocida como "kintsugi".
Su intervención, que puede traducirse como "Mis cicatrices son las que me tejen" ("Mes cicatrices. Je suis d´elles, entièrement tissé), consiste en revestir de metal noble el hueco de un seno extirpado por el cáncer de mama de Marie o las señales de un rostro fracturado por el destino de Olivier, para capturar el proceso en un reportaje audiovisual.
"Mi proyecto es valorar la cicatrización, más que la cicatriz", explica a EFE Gugenheim (París, 1978), que fabrica "poesía metálica" sobre cuerpos resquebrajados.
Lo hace porque le interesa la metamorfosis que una cicatriz profunda imprime en el dueño de ese cuerpo, obligado a renacer sin desprenderse de las marcas del dolor; forzado a integrar los accidentes geográficos del azar.
"Es un gesto ritual, mágico, que consiste en la aplicación de oro sobre una cicatriz. Esa intervención quiere significar la valoración de esa mezcla de fuerza y fragilidad que nos hace humanos", resume una artista que incubó la idea en agosto de 2014, cuando se encontró con Marie, la primera de sus lienzos vivos.
"La conocí en un festival. La vi con el torso desnudo y vi un seno y una cicatriz. Rápidamente pensé en la técnica ´kintsugi´ que había descubierto una década antes, cuando trabajaba como periodista para una revista de arte", recuerda.
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