Tras más de dos décadas en el mercado, los polémicos yogures y otros productos probióticos siguen recibiendo descalificaciones: hay quienes los califican como un “desperdicio de dinero”, ya que no existen pruebas que demuestren algún efecto de estos productos en la composición de la flora fecal de los adultos sanos.
Por desgracia, esta parece ser toda la ciencia que hay. Afirmar, sin embargo, que los probióticos no funcionan no es del todo correcto; lo casi inverosímil es que a estas alturas todavía no sepamos a ciencia cierta si las bacterias buenas funcionan o son un placebo caro.
Los probióticos están en un túnel acientífico tan preocupante para los consumidores como para las autoridades sanitarias y los propios investigadores. ¿Cómo es posible que desde que aparecieron estos productos, en 1993, no tenga respuesta la insoslayable cuestión de si tienen algún impacto sobre la flora intestinal y favorecen la salud digestiva?
Solo se han encontrado siete ensayos clínicos que analizan, en gente sana, los efectos de estas bacterias frente a un placebo. Pero estos estudios son tan diversos que no se ha podido hacer un metaanálisis con ellos y tienen tantas divergencias y limitaciones que solo ha sido posible concluir que faltan pruebas.
La publicidad, ciertamente, ha hecho mucho por mostrar que en la flora intestinal abundan las bacterias buenas, como las del género Lactobacillus, presentes en los probióticos. Estos productos son la mar de simpáticos, pues nos enseñan latín y contienen miles de millones de bacterias “amigas” que contrarrestan a las malas.
Al principio fueron recibidos con los parabienes que merecen las iniciativas que apuestan por la innovación y la prevención, dos de los fetiches de nuestro tiempo. Con el tiempo, empezó a cundir que las bondades de estos productos no habían sido demostradas.
Si realmente se hubiera querido saber si los alimentos probióticos funcionan o no, probablemente ya lo sabríamos. Si las multinacionales tuvieran pruebas que demostraran que estos productos son beneficiosos para la gente sana, ya habrían trascendido, entre otras cosas, para ampliar un mercado.
La ausencia de pruebas sobre el efecto saludable de las bacterias “amigas”, como bien saben los fabricantes, no es una prueba de que este efecto no exista. La mala ciencia quizá pueda favorecer a alguien; pero lo que está claro es que mantener a los probióticos en el actual limbo científico no beneficia a los ciudadanos.
Fuente: Tomado de http://www.escepticemia.com
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