Tienen una base cultural tan importante que hay médicos que realizan una especialidad de tres años para conocer cómo curan los ‘etnomédicos’ | El conocimiento popular sigue recurriendo a estos procedimientos
“¿Mi secreto? No es gran cosa, pero es la única herencia que te puedo dejar”, le dijo Lina Hayes a su amiga Pity Rivera. Lina lucía un cutis sonrosado y terso a los 73 años. “Grasa de gallina. Ponte un poquito a las mejillas todos los días, en la mañanita y en la noche. Pero tiene que ser la infundia, porque la gallina tiene grasa en otras partes”, le aclaró.
Así, como toda tradición oral, el conocimiento popular se transmite con un velo de secretismo que predispone a la confianza. Hasta hoy, Pity Rivera usa la infundia, pero también la grasa de peta, porque en su congregación escuchó decir que es buena para estirar la piel. Cuando alguien va a Trinidad, suele encargar que le traigan un frasquito. Fórmulas de este tipo siguen vigentes, aunque con el paso del tiempo se ha vuelto difícil aplicar algunas, sobre todo aquellas que implican sacrificar animales o usar órganos que las normas sanitarias prohíben.
DE LA LÓGICA A LA MAGIA
Los baños, ungüentos y fricciones están entre los remedios más antiguos usados por todas las culturas. Algunos responden a cierta lógica que luego la ciencia aprovecha: la sábila, conocida desde hace decenios por mantener la piel humectada, aliviar las quemaduras y ayudar a borrar las manchas, es hoy una de las plantas más utilizadas por la industria cosmética (aunque es cierto que la infundia de gallina también se recomienda para borrar las manchas de la piel). Otros remedios, como el que contó a EXTRA Nery P., son prácticamente inexplicables.
“La erisipela es dolorosa y no la curan los médicos. Hay pomaditas, pero al poco tiempo otra vez se despierta. Lo que hay que hacer es buscar un sapo y frotarlo ahí, donde a usted le duela. Lueguito va a ver cómo la espalda del sapo se pone roja. Después de eso, el animal se muere. Hay que botarlo en un lugar apartado de la casa. Si tiene erisipela en otra parte del cuerpo, hay que usar otro sapo, nunca el mismo”, aconseja.
Tan sorprendente como ese procedimiento es uno de los baños que se usa para un mal conocido como urijua o mocheó. “Cuando murió mi mamá, mi hijo caminó agarrándose del cajón. Al día siguiente ya no quiso comer. Comenzó a enflaquecer y a ponerse pálido”, cuenta Pity Rivera. Por eso muchas personas no quieren llevar a los niños a los velorios y hasta se cambian de ropa al regresar de uno de ellos, se dan un baño y solo así se permiten alzar a sus hijos.
Otra de las causas que provocan el mocheó son los lugares que desprenden olores fétidos. La hija del investigador Javier Cruz tuvo esos síntomas. “A los chicos se les aclara la piel, orinan hediondo y tienen mal olor. No quieren comer. Es increíble, se hacen delgaditos. Sudan todo el tiempo y eso los lleva hasta el cementerio”. Dice que el aracuaiya Marcelino Tardío la curó con baños de macororó y hoja verde.
Hay, al menos, otras dos formas de curar el mocheó. Una consiste en un baño con hierbas. Un martes se pone a hervir toco toco, molle y rama verde. Con el agua del cocimiento se baña a la criatura a las 12 del día y luego se la saca, envuelta en un trapo negro. Luego se sahuma con azúcar, yerba mate e incienso. Despué, se lleva al niño a la cama. El agua del baño se tira lejos de la casa (a una cuadra), haciendo una cruz. Al regresar, no se debe mirar para atrás. Luego se repite el baño el viernes y si es necesario, el martes siguiente. “No se sabe por qué, pero así me enseñaron. Según la creencia, si mira hacia atrás regresa la urijua. Se hace cada martes y viernes. Así dicen los curanderos”, cuenta Rivera, que ha hecho esos baños en dos ocasiones. Las dos fueron exitosas. La criatura mejoró.
La segunda forma consiste en colocar al niño dentro del estómago de una vaca. Después de sacrificar al animal -cuya carne se puede consumir sin problemas- se pone al niño dentro durante unos 15 minutos. La creencia indica que se debe retirar al niño en un paño negro y no bañarlo durante algunas horas. La gente cuenta que el niño duerme profundamente y al despertar comienza a pedir comida y a restablecerse.
LIBROS, RAYOS Y SUEÑOS
Hay varias formas de aprender a curar con infusiones, baños y ungüentos. Elsa Gutiérrez aprendió después de someterse a una cirugía de los ovarios. “Me operaron y seguía igual”, cuenta. Le preguntaron si creía en la medicina natural y ella respondió que, con ese dolor, haría lo que sea. Y se metió a una tina con hielo. “Me curé con baños de agua fría”, afirma. Luego el naturista panameño que la atendió le enseñó a preparar un macerado de cuatro hierbas que empezó a utilizar con su familia. Manzanilla, romero, ruda y otra plantita más son los cuatro componentes que hace macerar durante al menos dos semanas. Ha usado el compuesto -que ahora vende con el nombre de Dolofricción- para aliviar dolores menstruales, aplicar fricciones a la espalda en casos de estrés y combatir el dolor de cabeza. Eso sí, hay que cuidar que el líquido no entre en contacto con los ojos o las mucosas, por el contenido de alcohol.
Cuando hay estreñimiento, una ‘sobadita’ con un poco de las hierbas alivia. En los niños pequeños hay que usar esta loción-fricción con cuidado. Si tiene más de cuatro meses y el llanto es sostenido, se desnuda al pequeño y con unas pocas gotas se masajea el cuerpecito. “El niño se duerme tranquilo”, asegura.
Sebastián Supepí aprendió de una comadre que le advirtió: “Cuando sea viejo, tiene que vivir de algo, porque los hijos se van”. Hoy, este septuagenario sigue atendiendo en Alto San Pedro, cerca de la bomba de agua Nº 11. No se explica cómo aprendió a diagnosticar tomando el pulso. “Fue de por sí”, cuenta. Algunos de los baños y fricciones que recomienda sirven para la sudoración excesiva y el ‘mal aire’ que paraliza los nervios faciales.
En Barrio Nuevo, el chamán guaraní Alejandro Chavarría no inicia ningún tratamiento sin antes recitar una oración. Cuenta que aprendió a curar cuando, en sueños, se le apareció la figura de Cristo. “Siempre voy a estar con vos, hijo”, le repitió en los sueños que vinieron después de una tormenta con rayos. Durante la lluvia, sintió un calor fuerte en el pecho y pasó -según le contó su madre- tres horas ‘como muerto’. Volvió en sí al escuchar la voz de su abuelito, que lo llamaba insistentemente. Cuando fue mayor, en otro sueño le fue entregada una piedra blanca, que, según asegura, está en su cuerpo y lo ayuda a curar desde hace 42 años. Algunos de los baños que usa se aplican para dolencias simples como el pitaí, pero sabe preparar un baño con siete flores para hacer que el ausente retorne.
La experiencia de Fernando García es muy distinta. El estudio y la dedicación lo han convertido en el director departamental de medicina tradicional e intercultural. Trabaja en contacto con el Servicio Departamental de Salud (Sedes). El año pasado, después de las inundaciones, capacitó a 48 comunidades de la zona de El Torno para combatir la diarrea y los hongos. Está tramitando el registro sanitario para las pomadas que fabrica. La de aceite de naranja, por ejemplo, es muy demandada -incluso por los médicos- para disminuir los niveles de estrés. No usa baños para evitar contagios y, por la misma razón, aconseja utilizarlos solo en la casa. Tiene su propia receta para la piel: aceite de totaí y tuna.
Las recetas de los entrevistados
n Sinusitis. Aceite de pesoé, mezclado con coca de monte, orégano y manzanilla. Friccionar en la frente y a los lados de la nariz. En una semana, asegura Fernando García, se comienza a expulsar la mucosidad. Advierte que nunca se debe aspirar el mentisán.
n Dolores reumáticos. El extracto de tayuyá (se lo encuentra cerca de Brasil) sirve para combatirlos. Más ‘a mano’ está el tararaqui, pero tiene menos potencia. Hay que distinguir entre reumatismo, artritis y artrosis, advierte García.
n ‘Aire’. Cuando se tuerce la boca (parálisis facial), además de las vitaminas, Sebastián Supepí aplica una mezcla de alcohol con ruda, romero, albahaca, cutuqui y nuez moscada. Previamente, se debe quemar la mezcla antes de friccionar. Se complementa el tratamiento con un baño de agua de cutuqui, ruda y romero.
n Sudoración. Además del ya clásico baño de toco toco, Supepí usa una infusión de hojas de guayaba y boldo. Advierte que no se debe utilizar el ventilador ni tomar líquidos fríos para bajar la temperatura del cuerpo. Chavarría recomienda una fricción con alcohol, hierbas y aceite de tatú o ñandú.
n ‘Frío’. El agua de boldo se puede usar en baños para quitar el enfriamiento en los niños.
n Para los enfriamientos, García usa pimpinela, coca de monte y álamo. Se fricciona el bajo vientre. Se evita el dolor al orinar.
n La digitopuntura y las ventosas tienen -explica García- principios parecidos. Ayudan a que fluya la energía y a relajar el cuerpo.
n Pitaí. Chavarría acaba con este sarpullido usando alfalfa, manzanilla, caré, cuatro cantos y sangre de grado.
n La papaya verde con miel de abeja también sirve para el pitaí, aunque es una mezcla fuerte.
n Dolores de cabeza. Raíz de picapica y ‘angelitos’. Se machaca y se mezcla con aceite de chicha. Provoca una traspiración fuerte, pero el dolor se va.
Puentes entre dos medicinas
Según Julio Quete, secretario de salud de la Central Indígena del Oriente Boliviano, los médicos tradicionales ya no quieren dar a conocer sus recetas. “Vino gente de otro lado, investigó y esa información nunca fue compartida. Por eso hacemos la práctica en nuestros territorios, con nuestra gente”, dice. Quete dice que los médicos tradicionales tienen un don por el que no deben cobrar. “Algunos nacen con este don. Si se convierte en negocio, si alguien empieza a pagar, se convierte en una mala práctica”, advierte. Por supuesto, acepta lo que el paciente quiera darle.
Destaca la iniciativa de un grupo de médicos que aprenden de quienes usan la medicina tradicional. Son los llamados médicos Safci.
Los médicos Safci realizan una especialidad durante tres años, lo mismo que para especialidades como cirugía, medicina interna o ginecología, explica Marco Valencia, responsable nacional de estos galenos. “Más que convertirnos en médicos tradicionales, queremos fortalecer el conocimiento del médico tradicional. Para eso tenemos que coordinar. Uno de los componentes de la especialidad es la interculturalidad”, comenta. Un 70% del tiempo de los residentes transcurre en las comunidades y el 30% restante en los hospitales. Su misión va más allá de ‘administrar’ la enfermedad, puesto que debe también vigilar que la salud se mantenga. Eso implica intervenir en la realización de proyectos de saneamiento y condiciones de las viviendas. Así lo aclara Valencia: “Dejan de ser los doctorcitos sabelotodos. La comunidad se convierte en su universidad. Va aprendiendo y compartiendo sus conocimientos, sus sufrimientos y alegrías”. El proyecto empezó en 2007 y ya se ha lanzado la cuarta convocatoria de la especialidad. Hay 300 médicos que completaron el currículo en todo el país, pero es en Santa Cruz donde se concentró la mayor cantidad: 50 de ellos están en Montero, Buenavista y otras poblaciones, según explica David Queremba Mamani, médico tradicional y docente.
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