El estudio de la medicina, en los tiempos actuales, ha variado tal como viene sucediendo con todas las otras disciplinas del conocimiento humano. No se puede aceptar el aprendizaje, a veces repetitivo y memorioso, de planteamientos teóricos de hace 60 o 70 años. Se hace necesaria una aproximación a la historia de la medicina, para reconocer la evolución de este estudio, así como recurrir al desentrañamiento filosófico de la medicina, con una profundidad, que se espera sea a la vez, diáfana, rigurosa y sugerente, para solucionar la problemática de sus nociones, y encontrar las derivaciones apropiadas a su acelerado crecimiento.
Hasta ahora la naturaleza del conocimiento médico se planteaba en el campo del concepto de enfermedad y las interpelaciones de su clasificación, la lógica probabilística, y la utilidad del modelo biológico. Casi paralelamente, pero con cierta lentitud en la aparición de los ensayos de la psicología se contempló la consideración imprescindible de la subjetividad de cada paciente, así como los aspectos sociales y éticos de la práctica clínica. Posteriormente fue revelándose acrecentadamente la relación mente-cuerpo, y el reconocimiento de las emociones como causa de estados psíquicos, y como elemento inescrutable en la modificación del curso de las enfermedades, aportando variables en el tiempo y el hábitat de las noxas.(2)
La medicina ya no puede desenvolverse aisladamente, sino que debe emparentarse estrechamente con las otras disciplinas que observan al ser; llamando a la relación, tal vez por eso, en forma sucinta, la filosofía de la medicina.
PROFILAXIS GENERALIZADA
No es solamente la Salud Pública la que debe velar para evitar las causas de enfermedades porque debe intervenir el grueso de la población en la profilaxis. El descuido en esta práctica por parte de los gobiernos produce la proliferación de las enfermedades, es decir que se acusaría como origen de ellas a la despreocupación sobre los cuidados sanitarios.
En las primeras insinuaciones de un estudio del problema de la actualidad se encuentra, como cualquier estudiante de medicina sabe, el identificar las conductas humanas que conducen a determinadas enfermedades. En la labor de profilaxis se tiene que evitar que el proceder descuidado del médico, en sus explicaciones a los familiares, ocasionen otros daños colaterales. Por ejemplo no se debe permitir que se destaque que un enfermo con VIH-Sida es un individuo debilitado, o que un demencial puede ser virtualmente un peligroso violento, o que un tosedor pueda estar diseminando gérmenes de la tuberculosis, cuando no se tienen las evidencias de un suceso potencialmente amenazante.
En el examen de las colectividades se ha determinado que el estado de salud se debe más al nivel educativo de las poblaciones; y el estado socioeconómico deja calcular las asechanzas, mejor que la evaluación individual de los previamente amenazados a perder su bienestar físico.(1)
Para evitar la acción de las noxas es más efectivo comprender la conclusión argumental relacionada con el grado de criterio de las personas, la juventud en particular, esto es debido a que la pobreza no permite seleccionar costumbres y hábitos, ya que las posibilidades económicas no aparecen con el nivel de educación y el crecimiento de las causas de mortalidad se debe a la ignorancia de los factores provocantes, más que a las consecuencias de una educación desafortunada. No interviene en la evaluación del horizonte de salud el tiempo de instrucción que haya recibido quien quiere protegerse de las enfermedades.
Tampoco parece que en ciertos conglomerados mejorar la higiene, la alimentación y el aseo no quitan la prevalencia de aquellas. Insistir exagerada y aisladamente sobre este punto no es el adecuado para mejorar salud y longevidad. Lo que permite observar que no es solamente la educación sanitaria, dirigida a estos fines, la que consigue éxitos en los programas de salud.
VIGILAR EL ALMA
De las filosofías orientales se derivan muchas concepciones higienísticas, especialmente en cuanto a que los requerimientos importantes de la gente, incluso más que información sobre cómo cuidar el cuerpo, es el motivo de cuidar el alma. Muchos especialistas relacionados con el clero pretenden hallar, si no es una coincidencia, una hipótesis de que personas que acuden regularmente a los oficios religiosos tienden a estar más sanas que las demás. Se pueden encontrar muchos ejemplos de mujeres que han quedado viudas y viven solas, por lo que su desdicha les conduce a orar más, especialmente en horarios nocturnos, cuando la soledad les muestra su desamparo y cuando quizás pueden afectar sus pensamientos llevándolas más a la meditación profunda, y conseguir que el subconsciente capte un estado especial de equilibrio orgánico. Lo que da origen a que estas personas, aunque exteriormente deseen abandonar la vida por su estado, tienen mayor longevidad, una disposición superior de tranquilidad en su resignación y ésta determina la pasividad que es lo mejor para el funcionamiento del cuerpo.
La prosperidad vital aparece cuando el desempeño humano es pacífico, libre de rencores, envidia e ira; como si las normas religiosas adoptarían una práctica real, en la cotidianidad; que la vida tiene que desenvolverse en un plan más amplio, donde las personas alcancen a sentirse bien corrigiendo su espiritualidad. Como si el hombre pudiera manejarse libremente en la metafísica. Más aún si se tiene un objetivo en la vida, una ocupación de índole elevada, que tenga empleada a la mente en faenas alejadas de instintos momentáneos, sin descuidar la óptima tarea, primordial, de armar el temple de cada uno en particular. Para que se cure una enfermedad o para que se suelde un hueso es necesario dar reposo al organismo, y el complejo sensitivo de despreocupación ocasiona en la psiquis la orden para el restablecimiento.
PÉRDIDA DEL EQUILIBRIO
Un adulto hiperdinámico, no se detiene a razonar en su comportamiento, sus acciones son ocasionadas por su temperamento, no piensa mientras está en actividad si debe detenerse a tomar aliento. Los acontecimientos de la vida están muy apurados para él, y por lo tanto, no puede dejarse ganar por estos. Él considera que tiene que superarlos. No puede cumplir un único papel, debe solucionar con su capacidad multiplicada los problemas que se presenten. Pero no es porque su papel en la vida sea monótono, que quiera rehusar que ante sí se cuelgue un solo hilo que mueve los escenarios. Lamentablemente la atención que presta en todas direcciones le restan años de existencia.
Para alcanzar una rica armonía es necesario que los protagonistas aprendan bien sus parlamentos, ejerciten en conjunto. Mezclar sus aportaciones y conseguir, después de haber ganado éxitos, completar un proyecto tan dificultoso pero ostensiblemente superable. Distribuir acciones es más saludable.
La efectividad viene con la capacidad de cada vida humana, pero si está acompañada de generosidad en el aporte de los esfuerzos. Los individuos que realmente valen, y por eso son superiores a los demás, comparten ciertas características de un modo espontáneo, y generalmente sin esperar retribuciones de ninguna clase. La tipología de esas personas presenta de inmediato al examen los rasgos de la autodisciplina, una capacidad de permanecer centrados en las cosas más importantes, evitando las distracciones, de tal manera que orientada la mente en una sola proyección, aparece de improviso algún dato de creatividad nueva, porque la relación del pensamiento lleva a combinar las anteriores ideas y, con imaginación descollante, a proyectar los distintos hilos de las conjunciones de imágenes. La experiencia sería eso precisamente, el recorrer desconocidos y fructíferos caminos, en base a percepciones fijadas anteriormente en el recuerdo.
Otra de tales características es la unidad general en el planteamiento que cumple el razonamiento equilibrado, que podríamos definir como la coherencia en las intenciones, fijar el desplazamiento de las apreciaciones del raciocinio, o la capacidad para asociar los diversos elementos en una integración definitiva. El fin debe llevarse a una organización única que reciba la contribución de las partes integrantes buscando significativamente un objetivo.
La autoteorización es el rasgo que lleva a otras relaciones, pero que parte de un análisis de sí mismo, con el fin de saber con qué fuerzas naturales se cuenta; la disposición para resistir las obligaciones ocasionales que vayan surgiendo, y la planificación de la capacidad intelectual, que no es otra cosa que el autoconocimiento.
Empleamos corrientemente la palabra meta para referirnos al lugar donde debe arribar la proyección dirigida con corrección; se debe apuntar para dar en el blanco, al que se lo debe identificar inicialmente con precisión. Tanto como los adultos, los jóvenes tienen que ponerse metas para su educación. Los intelectuales que han ganado admiración del prójimo, quizá por reflexión anticipada o por preparación aleccionada, consiguen tener un horizonte definido. Es la fuerza de carácter que les lleva a cumplir sus planes. No son los que se apoyan en las comodidades que les da un hogar bien establecido, sino que, las exigencias de su cotidiano fortalecen su actuación, porque los retos y sacrificios son estímulos a la vez que acicates, que les educan.
La mente que está en tranquilidad, peor si yace en el ocio, no producirá nada positivo, en cambio el apremio le obliga a prestarse la visualización de temas y objetos más elevados. Los paladines de la historia han demostrado que se debe arriesgar aún la existencia para alcanzar los nobles ideales.
La vida que no se acerca al peligro, no tiene nobleza. Si un personaje ha de llegar a la cima, necesita esfuerzo extraordinario, agotamiento de ciertas energías y depósito repetido de esperanzas. El triunfo en las batallas no es individual, es un riesgo multiplicado y colectivo, es el cambio permanente de estrategias para evitar caídas o fracasos momentáneos. En cada instante, el ser humano requiere inquietud para generar osadía.
Es igual con la salud. Las personas deben sentirse obligados a cumplir sus obligaciones frente a la vida misma; inicialmente, saber que deben mantener sus órganos en correcta y sana función, para gozar de la naturaleza. Sería la verdadera regla de convivencia con el medio que nos rodea. Función física al igual que la función mental se logran con la práctica de los ejercicios para el buen desarrollo y para un condicionamiento espiritual impoluto. Es un lastre que nervios, fibras, fermentos, ideas, estén en continuo reposo para que no se expongan al peligro, como si el ordenamiento vital fuese ver que los días pasen simplemente, sin obtener logros.
Como consecuencia de una vida sin amenazas, que los jóvenes tengan una biografía fácil, que gocen de una salud sin daños, sin que el trabajo secunde los afanes, no sería otra cosa que vegetar. Y tal vez ni así se podrá evitar el ataque de las enfermedades. Mas al contrario, debe estar listo para servir a que la globalidad humana encuentre sus objetivos con el esfuerzo consciente; y el imaginario, sentirse útil a la humanidad.
El mundo reconoce -y es muy evidente esto- que no se puede hacer desaparecer todas las dificultades que causan daño, porque son demencialmente grandes e insospechados. La disposición es no frenar su crecimiento por la atrofia de sus capacidades y habilidades de seres humanos; sino armarlos de lo necesario para que los desenvolvimientos como personas o como sociedades, los lleven a vencer en las contiendas que se les presenten, pero guiados por sus propias normas después de que sus capacidades les indican los procesos que se deben retomar para el éxito. Que los seres que los precedemos, queremos enseñarles lo básico, y que les damos la oportunidad de vencer en sus acontecimientos bélicos, después de haber descubierto por ellos mismos lo que necesitan: su aporte valiente de esfuerzos suplementarios e inesperados. No hacerles creer que son individuos de una naturaleza libre de miasmas o de caracteres psíquicos desorientadores, sino dejarles sentir lo que quieren, y que por ser quienes son, superándose a sí mismos, construir su propio mundo.(3)
BIBLIOGRAFÍA
1. Richard B. Gunderman: Reflexiones en "Disease as Failure".
2. H.R. Wulff, S.A. Pedersen y R. Rosenberg. La filosofía de la medicina. Editorial Triascastela. 2002. Madrid.
3. Ars Médica. Revista de Humanidades. 2003; 296-301.
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