domingo, 26 de julio de 2015

Bulimia: un infierno de culpa y secretos


“La sola idea de provocarme el vómito me repugnaba, pero llegó un punto en el que mi deseo por comer sin engordar pudo más que mi asco, y así, el asco por mi cuerpo fue creciendo más y el asco por el vómito prácticamente desa-pareció”, así describe Mónica –como pidió llamarse en esta publicación– los inicios del padecimiento que durante casi ocho años, la cercó en un “infierno” que mantuvo en secreto hasta hoy.

Lorena Cox, psicóloga clínica forense, define a la bulimia nerviosa como un trastorno alimenticio que supone un patrón repetitivo de episodios de ingesta descontrolada de alimentos, producidos por una ansiedad que, en el afán de reducirse, lleva a la persona a comer excesivamente, para después sentirse culpable y provocar la expulsión de lo consumido, ya sea mediante el vómito inducido, el uso de laxantes, o en su defecto, con largas sesiones de ejercicio físico.

POSIBLES ORÍGENES

La bulimia suele desarrollarse, observa Cox, en personas con antecedentes de obesidad o gordura que, buscando adelgazar, han realizado dietas riesgosas durante bastante tiempo, sin obtener los resultados que esperaban, generando más frustración en relación a su cuerpo.

“Yo era gordita, desde bebé, y la gente siempre le decía a mi mamá: ¡qué linda tu hijita, tan gordita, debe comer bien, qué bueno! No fue un problema hasta que llegué a la pubertad, ahí dejé de ser linda, solo era una niña con sobrepeso, eso decía la doctora a mi mamá”, cuenta Mónica, una economista de 26 años, con una figura sana y esbelta.

Pero, ¿cómo empezó esa niña –y muchas otras personas– a desarrollar este trastorno? Cox notó que muchos de sus pacientes bulímicos comenzaron a partir de referencias personales, por información proveniente de amigos y conocidos que ya practicaban la purga y el vómito.

Más, la sola referencia no basta, deben existir ciertas condiciones psicológicas para desarrollar la bulimia: “es muy probable que estas personas tengan una sintomatología obsesiva en relación con el cuerpo, pensamientos obsesivos repetitivos de que está gorda”, indica Cox.

INVISIBILIDAD Y CULPA

Mantener invisible su bulimia fue lo que Mónica hizo para evitar enfrentarse a la realidad, pero la fachada de normalidad que presentaba comenzó a agrietarse con el tiempo.

“Mi problema se agravó a partir de mis 16 años, para entonces ya había adelgazado bastante, todos me lo decían, y la relación con mi mamá había mejorado mucho, ya no peleábamos por la comida o la ropa que no me entraba, creo que ahí estaba la clave, asocié la bulimia con una

vida mejor, sentía que si dejaba de hacerlo, volvería a ser la chica gordita de la que su mamá se avergonzaba”.

Como todo trastorno, explica Cox, la bulimia intensifica sus síntomas al punto de afectar todas las relaciones de sus víctimas: familiares, laborales, sentimentales, etc.,

“Me volví solitaria y malhumorada, dejé de salir con mis amigos y mi pareja, las salidas siempre implicaban comer cosas engordantes. Mi familia también se resintió, se enojaban porque yo nomás ocupaba el baño, y cuando la comida desaparecía, me hacían indirectas, yo reaccionaba y empezábamos a pelear.. fueron días terribles, ojalá nunca vuelvan”.

ENCARANDO EL TRASTORNO

La bulimia es una condición que se alimenta del odio y la vergüenza, por lo que encarar a una persona bulímica condenando y castigándola solo empeora el problema.

Cox recomienda buscar ayuda profesional y especializada, “porque [la bulimia] no es algo que se pueda subsanar con una contención familiar ni emocional, ni con charlas con amigos, es una problemática básicamente mental”.

Una palabra común en el vocabulario de Mónica es “vergüenza”, fue vergüenza por su cuerpo lo que inició su bulimia, fue vergüenza lo que evitó que buscara ayuda, y fue vergüenza lo que sintió cuando su trastorno finalmente fue descubierto: “mi mamá no entendía, gritaba, lloraba, yo me sentía peor, más culpable, porque básicamente yo era la que estaba haciendo esas cosas, y solo yo podía acabarlas”.

Sobre lo último, Cox difiere enfatizando que la mitigación de la bulimia no depende sólo del bulímico: “este comportamiento es expresión de conflicto en la familia, a veces, ni siquiera se tiene que intervenir tanto al paciente, sino a su familia, de ahí ha devenido el origen del problema”.

El tratamiento inmediato depende, según Cox, del estado en el que la persona se encuentre. Si existen serios daños fisiológicos – en el esófago o el corazón – se debe recurrir a una internación hospitalaria.

En estadíos tempranos, recomienda un tratamiento ambulatorio, de intervención psicológica y terapéutica, recurriendo a psicólogos clínicos (con esa especialidad) y “mejor si ese profesional va de la mano de un médico o también un psiquiatra”.

Aunque Mónica reconoce el mérito de los psicólogos que consultó, ella atribuye su decisión de mejorarse a algo más: “ya estaba en terapia, mi mamá ya aceptaba mi situación, pero yo seguía con mis manías. Lo que

realmente me conmovió y convenció fue un documental, sobre una chica con bulimia, lo veía y era verme a mí misma; me dio pena y rabia, desde ahí me comprometí al tratamiento”.

“Lastimosamente no he conocido casos de personas que se curen (...) lo que se quiere es aplacar la sintomatología, para que no tenga un impacto tan importante en la vida de las personas”, aclara Cox. Para Mónica, es una lucha cotidiana: “siempre está la tentación de volver a esos hábitos, pero pienso en los cuatro años que viví en ese infierno y en los otros cuatro que me tomó recuperarme... sería echar todo eso a la basura”.

HAY QUE ELIMINAR LAS CULPAS

Las personas con bulimia han pasado circunstancias muy difíciles –obesidad, burlas, vivencias sexuales no acordes con su edad (posiblemente abuso sexual)– Cox les pide que no se culpen por ellas y que busquen ayuda.

“La bulimia me hizo lastimar a mis seres queridos, me hizo perder amigos

y oportunidades, también me hizo perder peso, sí, pero lo gané otra vez

y con yapa; al final lo que me ayudó realmente fue una dieta sana y ejercicio regular. No sé si es cosa de la edad, o madurez, la cosa es que ahora pienso que ser bonita o delgada es una decisión personal, si me falta o me sobra ya no me importa tanto, la que tiene que vivir en mi cuerpo soy yo, así que para qué martizirarme

sola”, añade Mónica, con una sonrisa que parece confirmar su bienestar.

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